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La competitividad, más allá de los salarios y las horas de trabajo


23.10.2015

Escrito por: Redacción


Unas palabras que se repite continuamente en boca de economistas, empresarios, periodistas y políticos, son “productividad” y “competitividad”. Se repiten tanto que a veces se puede pensar que tienen un valor mágico, que ellas solucionarán los problemas económicos de un país.

Es indudable que la productividad es esencial para que las mercancías y servicios sean competitivos, es decir, más baratos que los producidos por otras empresas o países, pero ¿qué factores deciden que un producto o servicio sea competitivo?

Si se define la productividad como “la relación entre la cantidad de productos obtenida por un sistema productivo y los recursos utilizados para obtener dicha producción” vemos que ésta depende de algo más que la cantidad de horas de trabajo invertidas por un trabajador y el coste de esas horas.

Es claro que el coste laboral es un dato importante para determinar la productividad, pero ésta también depende de otras causas, como una buena organización del trabajo, el uso de tecnologías adecuadas (a ser posible  punteras), la formación de la plantilla, etc. Una visión estrecha, y contraproducente, es identificar productividad con echar más horas en el trabajo.

Si comparamos el puesto que ocupan los países de la OCDE en el ranking de competitividad y sus jornadas laborales anuales, vemos que no existe correspondencia.

Por ejemplo, las horas de trabajo anuales en Alemania y los Países Bajos, 1.380 y 1.388 horas respectivamente, son muy inferiores a las de España, 1.665 horas, Portugal, 1.712 horas, Italia, 1.752 horas… mientras que el puesto que ocupan en el ranking de competitividad son el 8º y el 5º, los primeros países, y el 35º, 36º y 49º, los segundos. (Los datos que se utilizan para el ranking de competitividad (2015) y las horas de trabajo (2013) no son de los mismos años pero los resultados son esencialmente válidos). Esto, de entrada, desmiente la leyenda interesada de que los países del Sur son  “vagos” y los del Norte “industriosos”.

Tampoco se justifican las diferencias en competitividad por los salarios, al contrario. La renta per cápita de Holanda es de 39.300 euros anuales, la de Alemania de 35.400, la de España de 22.780, la de Portugal de 16.700, y la de Italia 26.550 euros. Aunque la renta per cápita no equivale a salarios medios, es un buen indicador de ellos.

Promedio Anual de horas de trabajo

Fuente OCDE

Entonces, para que un país sea más competitivo que otro no basta atender a los  salarios y las jornadas de trabajo, esta es una mirada insuficiente si se quieren mejorar las cosas. Para un enfoque adecuado de cómo mejorar la competitividad de un país habrá que fijarse en otros parámetros. Por ejemplo, el de que la producción esté centrada en mercancías de alto valor añadido, esto es, reconocer qué productos son los que mejor se adaptan a las condiciones que se dan en un país y en los que éste parte de una situación ventajosa dentro de la cadena global de producción.

Otro ejemplo, el de la población joven del país pueda adquirir las competencias que le permita incorporar el manejo de las nuevas tecnologías a la producción. El uso de tecnología de última generación es clave para la competitividad, pero no basta  “comprarla”, en las condiciones actuales en las que el conocimiento se transmite casi instantáneamente, esto es “fácil”, lo difícil es que la población trabajadora haya recorrido la “curva de aprendizaje” necesaria para utilizarla y que se den las condiciones para acogerla, lo que tiene que ver con las infraestructuras, el tejido industrial previo y una preocupación seria, más allá de la retórica (con inversiones contantes y sonantes), por la investigación y la innovación.

 

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